LA CULTURA DEL CUIDADO EN MEDIO DE UNA PANDEMIA.- Jose Antonio Herrero Villanueva. Enfermero Especialista en Salud Mental. Licenciado en Antropología Socialen

 

  Desde el inicio de esta pandemia que nos azota, los cuidados se han convertido en objeto de reflexión y discusión in extenso para la comunidad profesional, y en la realidad cotidiana de personas y comunidades.

 El cuidado ha experimentado fuertes convulsiones y cambios por el desafío que ha supuesto, para este ámbito humano y social, un virus que se ha propagado y afectado de forma tan fulminante y letal a tantas personas y familias, y de forma significativa a las actividades cotidianas de cuidar y otras también importantes como son la economía, las relaciones y las emociones, por citar algunas.

Funcionalmente hablando, el mundo ha tenido que modificar el escenario de cuidarse y cuidar a otros, como ya afirmaban D. Orem(1), Callista Roy, Martha Rogers y otras acerca de la función social del cuidado. Cuidar y cuidarse es una función humana esencial, es la parte de la cultura (entendida antropológicamente) que estructura los grupos humanos, les otorga elementos identitarios y asegura la vida, la salud y el bienestar por encima de otras instancias humanas. Es sabido, como señalan dichas enfermeras, que la cultura de los cuidados comporta un acervo de saberes, técnicas y prácticas que están adaptadas a los ecosistemas humanos de forma particular y se perpetua y reafirma a través del aprendizaje familiar y social. El cuidado se aprende, y tradicionalmente ha estado asignado a las mujeres y al ámbito doméstico, extremos que han sido claves en estos tiempos. Es importante esta afirmación, porque el cuidado a nivel social es tratado con un esencialismo marginador, que deviene de una concepción patriarcal del mundo. Por ese motivo, no tiene ni por asomo el mismo reconocimiento social que la actividad productiva (económicamente hablando), laboral, empresarial, profesional o deportiva, por citar algunos espacios, vinculada tradicionalmente al al espacio de lo público y por ende al hombre. En nuestro tiempo, el esfuerzo de las mujeres (casi en exclusiva) por romper el llamado techo de cristal se ha dirigido de forma especial a estas actividades humanas, y el cuidado ha seguido y sigue ocupando el mismo lugar invisible, en el ámbito privado.

Cuando surge una amenaza o un factor modificador tan potente como en estos tiempos ha sido el SARS CoVid 2, la arquitectura del cuidado sufre un cataclismo de proporciones incalculables. Debido al conocimiento disponible aportado por la ciencia y la experiencia, gracias a los actuales sistemas de información y a las estructuras de Salud Pública (tan devaluadas desde hace unas décadas), la humanidad ha podido adaptar toda su organización para intentar sobrevivir y reducir al mínimo posible el daño que pudiera causar. Si lo piensan, todas las decisiones de calado orientadas a enfrentar la pandemia están orientadas a modificar pautas de cuidado: modificar la proxemia (o la distancia física entre personas, por eso algunas culturas han integrado esta pauta con más facilidad -las culturas nórdicas- y otras lo hacen a duras penas -llamémosles las culturas del sur-), reducir los encuentros sociales (el confinamiento), un aumento significativo en las pautas de higiene, que se fueron generando a partir de otras pandemias anteriores: lavarse las manos, desinfectar objetos y entornos, etc... todo eso son cuidados, es decir, no son actos curativos o reparadores, se orientan a intentar evitar que algo pase, en este caso a evitar el contagio. Incluiríamos aquí el manejo y tratamiento de alimentos, uso de mascarillas, geles, etc.

El virus ha atacado rápido y de forma letal entre otras cosas por la dificultad en conocer su estructura y no disponer de tratamientos efectivos, pero también debido a nuestra costumbres sociales, nuestras expectativas de cuidados derivados de la evolución socio-económica (viajar mucho y barato, asilar a los mayores, tendencia a eventos que agrupan a multitudes, etc.) y la única respuesta inmediata ha sido (y aun seguirá siendo) cuidar a las personas afectadas, desde la atención familiar y el aislamiento en casa hasta los ingresos hospitalarios de los casos más graves.

Porque los hospitales son estructuras esencialmente de cuidados. Cuando se ingresa a alguien en un hospital es porque requiere de cuidados especializados mientras se le trata de algún proceso patológico. Por tanto, la hospitalización es un recurso específico de cuidados que sostiene la vida y los procesos vitales mientras a alguien se le intenta curar o se le facilita una transición hacia el final de la vida lo más humana posible.

Quiero reivindicar este enfoque general de la vida desde el cuidado porque es una actividad esencial sin cuya existencia (informal o social, formal y especializada) no sería posible hacer nada de lo que hacemos ahora. En este lugar, las enfermeras hemos jugado y jugamos un papel fundamental. Desde aquí un homenaje imprescindible a esas cuidadoras expertas que se han dejado la piel junto al resto de los trabajadores sanitarios enfrentándose a esta pesadilla con vocación, implicación y voluntad humanística de servicio.

La pandemia, desgraciadamente, ha trastocado también otras necesidades de orden más etéreo pero igual de importantes como son las percepciones de seguridad, confort y comunidad. Estar confinado o en riesgo de volver a estarlo, pensar en el riesgo de enfermar y sufrir las consecuencias, pensar en una muerte cercana, en la pérdida de personas queridas, ver a otros actuar irresponsablemente sin poder ponerle remedio, etc. Estas experiencias nos pueden acarrear un nivel de malestar emocional que, como sugieren algunos estudios, pueden llevarnos a lo que se denomina en el ámbito de la salud mental, la enfermedad psíquica o como quieran denominarla según las distintas escuelas de pensamiento.

Es así que nos vemos abocadas -las personas y los grupos humanos- a enfrentarnos a amenazas y cambios en nuestros hábitos cotidianos que pueden suponer un apreciable esfuerzo adaptativo para el que muchas nos estamos preparadas, en especial los grupos mas desfavorecidos desde el punto de vista de su recursos económicos, de su calidad de vida o de su nivel formativo, entendido como el grado de conocimiento de los recursos y de su manejo efectivo y eficiente.

Y como decía al principio, es hora ya de colocar al cuidado y a las personas que cuidamos al mismo nivel de las otras actividades humanas que gozan de prestigio social y a las profesiones sanitarias que se dedican a eso. El relato tan tremendamente patriarcal de que “hacen falta médicos y psicólogos para afrontar la pandemia” no se sostiene si no valoramos que al mismo tiempo hay que comer, dormir, estar activo, sentirse apoyado, recibir ayuda, ser aceptado, etc., recibir cuidados, en suma. De un tiempo a esta parte, todo el mundo cuida, y así era, pero creo que algunas profesiones han reescrito el relato de sí mismas a partir de la constatación de que somos un todo integrado. Aun falta que institucionalmente nos impliquemos en visibilizar y otorgar su valor real al esfuerzo de cuidar.

Dicho de forma poética, las comunidades humanas necesitábamos en estos tiempos un gran abrazo acogedor que atenuase este duelo. Necesitábamos (aun hoy y en lo que queda de pandemia necesitamos), una respuesta pública y experta que oyese nuestro dolor y nuestro miedo y ofreciera consuelo. Un respuesta mediática menos cargada de morbosidad y sensacionalismo. Nuestros hijos menores han transmitido un ejemplo a seguir: han resistido el confinamiento y la pandemia gracias a sentirse apoyados y protegido por la familia, ya dan ejemplo de cordura y buena disposición (desde su edad y conocimiento) que deberíamos seguir. El desarrollo de recursos comunicativos ha sido tan escaso y defectuoso, los recursos humanos disponibles han sido tan escasos y descoordinados...

Una respuesta social y colectiva. Una respuesta pública e institucional que ofreciese a las personas y grupos sociales escucha y apoyo. Los servicios de Salud Mental han sido maniatados y encerrados por decisiones dictadas casi al azar, que primaba la protección de las estructuras en perjuicio de las personas. La atención telefónica disponible ha sido raquítica, la atención presencial imposible, el desarrollo de grupos de encuentro, completamente prohibidos. 

 

BIBLIOGRAFIA

 

1. Orem D. Modelo de Orem, Conceptos de enfermería en la práctica. by Mosby-Year Book, Inc. cuarta edición. 1991.

2. Henderson, Virginia, La Naturaleza de la Enfermería. Reflexiones 25 años después, McGraw-Hill, 1994

3. Peplau HE. Relaciones interpersonales en enfermería: um marco de referência conceptual para la enfermería psicodinámica. Barcelona: Masson-Salvat; 1990.

4. COLLIERE, M. F. Promover la vida. De la práctica de las mujeres cuidadoras a los cuidados de Enfermería. Madrid, Interamericana, 1993.

5. Nightingale, Florence, Notas sobre Enfermería. Qué es y qué no es, Salvat, Madrid, 1990.

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