ENCONTRANDO EL MINDFULNESS EN TIEMPOS DE PANDEMIA. Autora: Inmaculada Carranza Almansa. Psicóloga Clínica. Experta en Mindfulness
¿Qué ocurre cuando una sociedad,
un sistema, hace a sus miembros dependientes de dicho sistema? ¿Cuándo se les
hace pensar que su bienestar, su felicidad o la supresión de su sufrimiento depende
de algo externo a ellos y que el sistema les proveerá? ¿Cuándo se les convence
de que sus problemas están fuera de su control?
Dejan de ser libres. Se ven abocados a una
búsqueda eterna de satisfacción externa; una búsqueda rápida, incesante, y que
les llevará a una frustración continua.; esperando aquello que vendrá del
sistema a darles la felicidad o a quitarles el sufrimiento; y con la convicción
de que para conseguir la primera hay que evitar o suprimir lo segundo. La
responsabilidad es externa, es del sistema. Se genera un Locus de Control Externo
y la percepción de control sobre sus vidas es mínimo. El ciudadano se sumerge
en un ciclo de actividades y hábitos en busca de esa felicidad, huyendo del
contacto con lo íntimo, con lo subjetivo; eso carece de valor.
Entre los valores de nuestra
cultura occidental, está la primacía de lo objetivo, lo racional, sobre lo
subjetivo, lo interno, lo no racional, lo emocional, lo experiencial. En el proceso
de socialización, de educación y de formación académica, nuestra cultura se
centra en lo cognitivo, en lo conductual, relegando lo emocional y subjetivo a
una categoría inferior, descalificando su importancia en nuestras vidas y
sometiéndolo al control del raciocinio como única forma de que no invada
nuestras vidas y no nos cause problemas. El conocimiento y la sabiduría vienen,
por lo tanto, de los pensamientos, de la razón.
La separación entre lo cognitivo: el
pensamiento, el raciocinio, la lógica; y las emociones: lo subjetivo, lo
experiencial; y la importancia del primero sobre lo segundo, es una separación
y gradación tan artificial y errónea como la separación entre cuerpo y mente.
Educamos en el individualismo, en
la competitividad.
Otros valores que impregnan
nuestra cultura tienen que ver con la inmediatez, con la rapidez con la que
queremos llegar a conseguir los bienes, los logros, los cambios. La aparición
de las nuevas tecnologías viene a añadir a esta “prisa por”, la superficialidad
de nuestro acercamiento al conocimiento, a las experiencias. Nos vemos pasando
de un momento a otro rápidamente como con una necesidad, simplemente de
coleccionar experiencias y, en la mayoría de los casos, exponerlas a las redes
sociales. Acumulando actividades, las superponemos. Estamos en la era de la
multitarea; dividiendo nuestra atención, dispersando nuestra mente,
hiperactivando nuestro sistema nervioso y pensando en el siguiente momento; en
resumen: estresados.
Estos valores y esquemas de
pensamiento impregnan a todos los ciudadanos, también a los profesionales
sanitarios, el sistema sanitario y los usuarios de dicho sistema. En los
propios profesionales de la medicina, subyace la idea de dicha separación,
relegando en importancia a todo aquello que suene a origen subjetivo,
psicológico, o cuya causa objetiva no haya sido identificada “lo que no se ve,
no existe”.
En este mismo orden de cosas, la
subjetividad, la interioridad tanto emocional, de pensamiento, como
experiencial del profesional de la medicina ha sido un aspecto sin importancia,
sin valoración en cuanto a su contribución a la sanación y por lo tanto fuera
de la necesidad de toda investigación e indagación.
Al igual ocurre en muchos
profesionales de la psicología, que han priorizado la formación intelectual, la
comprensión racional y la tecnificación como suficientes para la ayuda
psicológica. En este mismo sentido, no se advierte la necesidad de una
investigación e indagación de lo subjetivo, de lo propio.
Y en este contexto aparece la
crisis social, sanitaria, económica y también personal para muchos ciudadanos
por la pandemia por SARS-COV-2.
Llamamos “crisis” a todo aquello
que supone una amenaza, una ruptura con lo previo, con lo establecido, con lo
dado por sentado; y que pone a prueba nuestra capacidad de resistencia, de
adaptación. Y en toda crisis, como en las monedas, siempre existen dos caras:
la cara del dolor, del sufrimiento por la pérdida de lo previo y por la exigencia
de la nueva situación; y la cara de la oportunidad de salir reforzados,
crecidos, mejores. A lo que llamamos resiliencia.
Esta crisis supone una amenaza
para nuestra salud, para nuestra economía, pero también para nuestros valores y
nuestra forma de vivir. Dábamos por sentado que no había enfermedad a la que no
se le pudiera hacer frente con los avances en la medicina actual; dábamos por
sentado que nuestro sistema sanitario nos protegería de cualquier mal; que
nuestra forma de vida rápida, volátil, superficial, consumista se mantendría
como promesa de gratificación y bienestar. Y todo esto de repente se tambalea.
Se nos obliga con el
confinamiento a parar, a quedarnos en casa, a dejar de trabajar, a dejar de
apoyarnos en el consumo de ocio, de relaciones, de actividades como modo de
gratificación o de huida. Impregnados de emociones como el miedo, la
incertidumbre, la indefensión ante una medicina que no tiene respuestas y ante
un sistema sanitario que ya no está disponible para todo. Y se nos apela a
nuestra responsabilidad para hacer frente a esta situación, a la paciencia, al
valor. Y muchas veces solos; con una distancia social impuesta, aprendiendo a
conectar con los demás de otra manera.
Y al parar, contactamos con
nosotros mismos, con nuestras emociones de dolor, con el reto de gestionar esta
situación de una manera distinta, con la necesidad de encontrar una forma de
ampliar nuestra sensación de control sobre nuestras vidas ante la
incertidumbre. Nos encontramos con la necesidad de aplazar, de esperar, de
tener paciencia, de no gratificar de manera instantánea cualquier deseo o
cualquier necesidad. De aprender a aceptar estas dificultades, de aprender a
cuidarnos y a encontrar el bienestar en esta quietud y en esta, muchas veces,
soledad. A reconocer la interconexión y la necesidad de colaboración, de aunar
esfuerzos y caminos.
Y como respuesta a toda esta
nueva situación, muchas personas encontraron el Mindfulness, encontrando la
oportunidad y la resiliencia en esta nueva forma de Vivir.
¿Y Por qué Mindfulness?
Porque Mindfulness es vivir de
forma más consciente, más sabia, ayudándonos a conseguir serenidad, paz y
bienestar.
Excede el objetivo de este artículo
de opinión el definir y detallar lo que es Mindfulness, sus características, beneficios,
sus prácticas y las evidencias científicas que lo sustentan.
Mi intención es compartir la
experiencia de que las personas que hemos iniciado este camino, hemos podido
comprobar que la vida (también en estos momentos complicados) nos llega de otra
manera. Conscientes de que el sufrimiento, al igual que el bienestar están en
gran medida condicionados por nuestra mente, podemos cultivar el estar con las
situaciones difíciles y dolorosas con aceptación y paz, y con las situaciones
agradables, disfrutándolas plenamente. Porque solamente entrenando nuestra
mente a estar en el presente, siendo conscientes de nuestros juicios, nuestras
expectativas, nuestros apegos y aversiones, podemos trascender nuestros
condicionamientos. Este entrenamiento está basado en la práctica experiencial
de la meditación, la indagación personal (insight), el tiempo y la constancia.
La paciencia y la confianza en la práctica son necesarias para mantenerla, a
pesar de los múltiples obstáculos con los que nos encontramos: pereza, dudas, incomodidades,
experiencias difíciles…No es una receta fácil, pero está al alcance de todos.
El funcionamiento de la mente
humana en el habitual nivel de consciencia en el que vivimos, nos hace ver las
cosas como permanentes, estables, controlables. Por ello, los cambios, los
imprevistos y lo que excede nuestra sensación de control nos genera
sufrimiento. De igual manera, habitualmente nos sentimos como un “yo” estable,
solido e independiente.
La pandemia, el confinamiento y
la crisis, nos han empujado a “buscar” una manera distinta de hacer frente a
todo ello; nos ha obligado a “parar”, nos ha permitido (con la ayuda de
Mindfulness) ponernos en contacto con el “Modo Ser”: el modo de vivir en la
experiencia presente conscientes de los condicionamientos mentales que nos
llevan al sufrimiento, más allá del dolor necesario por todas las
circunstancias que estamos viviendo. Saber que todo es impermanente, cambiante
y que todos somos interdependientes; y encontrar en ésta, como en cualquier
situación, el sendero a ese lugar interior cálido, seguro y compasivo; para
desde ahí conectar con los demás en un abrazo colectivo.
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