Covid-19 y Salud Mental. Un primer inventario

Marcelino López Álvarez
Psiquiatra y sociólogo.

El desarrollo de la pandemia del Covid-19 está sometiéndonos a una clara ruptura en nuestra vida cotidiana, incluyendo, si no nos ha afectado directamente, los efectos del miedo a la enfermedad y las consecuencias restrictivas del confinamiento. Pero también los temores e incertidumbres que implica, rompiendo la sensación de razonable control sobre la vida en la que nos veníamos moviendo, al menos la mayoría de quienes hemos tenido la suerte de nacer en la Europa “occidental” tras las guerras del pasado siglo. Ante la complejidad del problema, su gravedad y sus múltiples aristas, es importante contar con un espacio como este que nos ayude a reflexionar sobre el tema, con carácter general y especialmente en su relación con eso que llamamos “salud mental”. Entendiendo el término “salud mental” en su doble significado, el del campo general teórico y técnico en el que nos movemos y en el de las dimensiones psicosociales de la salud, denominación que personalmente prefiero para resaltar el carácter unitario de la salud, no descomponible en tres supuestas “saludes” distintas (“física”, “mental” y “social”).

Espero así que este espacio nos resulte útil pese a la inevitable diversidad de perspectivas de las que partimos incluso entre quienes nos movemos en este campo. Así, por ejemplo, no es lo mismo la visión y el interés de quienes están en el día a día del trabajo y la de quienes, como yo, nos situamos inevitablemente (jubilación por medio) en un nivel más distante.

Tras una inicial minusvaloración del problema, empezamos a darnos cuenta de la magnitud de este y de sus posibles implicaciones en el conjunto de la vida social y en la de cada uno y cada una de nosotras, pero claro, especialmente, en nuestro caso, en la de las personas con problemas de salud mental y en la de los y las profesionales que, en distintos niveles, nos ocupamos en ayudarles.

En una primera aproximación, que es mi única pretensión en este artículo, aparecen varios niveles de análisis y distintos temas, en cada uno de los cuales hay implicaciones psicosociales y repercusiones actuales o previsibles en lo que a la salud mental se refiere. A pesar de que todos están entrelazados de manera compleja, podemos y debemos diferenciar en un primer intento de análisis. 

1.      En primer lugar, parece necesario combinar la visión inmediata, centrada en los efectos concretos de la pandemia, con las perspectivas a medio y largo plazo. En concreto, más allá de los efectos inmediatos de la enfermedad y de la repercusión de las medidas restrictivas actuales, nos encontramos con el previsible, temido y hoy por hoy difícil de definir con precisión, cambio en nuestro sistema de vida institucional y personal que aparece en el horizonte. Paradójicamente la imprecisión de ese previsible cambio es en sí mismo un componente importante del conjunto de efectos actuales del problema, con negativas repercusiones psicosociales.

2.      A su vez, en ambos casos, hay que tener en cuenta tanto el efecto de la pandemia en sí misma como el de las medidas de confinamiento y restricción de las relaciones sociales con las que nos enfrentamos a ella. Las primeras afectan directamente a la salud global de quienes padecen la enfermedad, pero también a los “componentes psicosociales” de los directa o indirectamente “contagiables” y de quienes se ocupan de atenderles (familia, profesionales sanitarios, otros trabajadores y trabajadoras…). Y las segundas nos afectan, aunque en distinta medida, a todos y a todas, pero especialmente a determinados grupos vulnerables entre los que están también muchas personas con problemas de salud mental.

3.      Por otro lado, al hablar de las repercusiones, a corto, medio y largo plazo, hay que incluir un amplio abanico de efectos: sanitarios, sociales, económicos y políticos, tanto generales como específicos de nuestro país. Y en su análisis hay que tener en cuenta la valoración de la situación previa derivada de años de políticas de fomento del individualismo, la insolidaridad, la desvalorización de lo público, la desigualdad social y la agresión medioambiental. Tendencias sociales “crónicas” pero agravadas en los años recientes con el mayoritario enfoque “neoliberal” de la última crisis económica.

4.      Pero también, en cada caso, hay que tener en cuenta aspectos personales e institucionales en cada uno de dichos temas (sobre el sistema sanitario, el educativo, el económico, el político…). Los primeros nos afectan directamente y afectan a las personas que tenemos que atender, permitiéndonos un espacio de actuación directa. Pero en los segundos, que van a condicionar claramente la evolución de los primeros, nuestras posibilidades de intervención pasan a ser colectivas, exigiendo otras modalidades de actuación personal.

5.      Además, en cada uno de esos aspectos, hay que considerar, como ya he señalado, que aunque hay efectos de tipo general, la mayoría sino la totalidad de las repercusiones afectan de manera diferenciada a distintos grupos vulnerables: las personas mayores en cuanto a los riesgos de la enfermedad y los efectos específicos del aislamiento, los niños y las niñas en cuanto a la alteración del proceso educativo, las personas con empleos precarios o en situaciones de desigualdad o marginalidad en lo que respecta a los efectos socioeconómicos, etc. Grupos entre los que se encuentran también, en distintos sentidos, muchas personas con problemas de salud mental, especialmente, pero no solo, aquellas con Trastornos Mentales Graves.

6.      Mirando al futuro, hay que tener en cuenta también las perspectivas contradictorias que nos dan algunas reacciones sociales ante el problema. Encontramos así muestras de solidaridad general, con una razonable aceptación de las medidas de confinamiento, con algunas formas simples de relación social y con importantes experiencias de apoyo social, además del trabajo de muchos profesionales, especialmente, pero no solo, los sanitarios. Aspectos que permitirían un cierto optimismo sobre nuestras posibilidades de avanzar hacia formas más saludables de organización social. Pero, junto a esto, hay que considerar el desarrollo de reacciones egoístas e insolidarias, el desprecio por la vida de los mayores como grupo de riesgo específico o algunas de las dinámicas políticas que vemos. Aspectos que generan dudas más que razonables sobre nuestra capacidad como sociedad para encontrar salidas que no impliquen, como en otras crisis históricas, retrocesos sociales peligrosos.

7.      Y, por encima de todo y complicando la situación, hay que considerar las incertidumbres que rodean este nuevo problema de salud y la escasez de información fiable sobre su evolución, más allá del “ruido” generado por el creciente número de “epidemiólogos de base” y otros expertos silvestres, opinando cotidianamente en las redes sociales. Entre otras cosas desconocemos el riesgo real de repetición de la oleada tras la relajación de las medidas actuales y, más allá de ellas, si no se consigue encontrar una vacuna efectiva.

Aspectos que habrá que tener en cuenta para valorar la situación, sus repercusiones en el campo de la salud mental y las perspectivas de una salida razonable. Y, obviamente, para establecer las posibilidades de actuación individual y colectiva que puedan favorecer dicha salida.

En lo que respecta a las repercusiones en nuestro campo, hay algunos aspectos previsibles, a partir de lo que sabemos, desde la Epidemiología, sobre los problemas de salud mental y su atención sanitaria y social. Así, en este contexto y en algunos de los previsibles a medio plazo, aunque no podamos hoy por hoy ser muy precisos, habría que pensar:

a)      En el efecto que la situación (miedos inmediatos y temores sobre el futuro, desigualdad social y disminución de recursos económicos, restricciones a las relaciones sociales) puede tener sobre personas vulnerables cuyos mecanismos de manejo del estrés den lugar o reactiven reacciones de ansiedad y depresión. Es esperable, por tanto, más allá del aumento de formas más o menos “normales” de sufrimiento personal, el de la prevalencia de Trastornos Mentales Comunes y de las necesidades y dificultades de su atención.

b)      En el caso de los niños y las niñas, en que las dificultades de entender la situación (en los más pequeños) y las restricciones de la actividad, de las relaciones sociales y del proceso educativo, pueden condicionar igualmente una mayor frecuencia de problemas.

c)      En las personas con Trastornos Mentales Graves, en situación de especial vulnerabilidad psicosocial con carencia de recursos personales y de apoyo sanitario y social, asociando desgraciadamente factores de riesgo de alguno de los grupos mencionados. Factores que quizás no aumenten la prevalencia, pero si las dificultades y necesidades de atención.

d)      Y en el caso de las personas mayores, además del deterioro físico y cognitivo del aislamiento y del efecto directo de la enfermedad en un grupo de riesgo, habrá que redefinir el sentido y los mecanismos habituales de atención social, dado el macabro efecto de las actuales.

Y en cuanto a las líneas de actuación, aunque habrán de definirse mejor a partir de un mejor análisis de la situación, parece claro que:
a)      A corto plazo se trata de manejar razonablemente las necesidades de atención de las personas en riesgo y de aprender a manejarnos nosotros y nosotras en el entorno restrictivo actual, además de aumentar la protección sanitaria y social de las personas más vulnerables.

b)      A medio plazo, de reconstruir un sistema de mayor protección que permita retomar la actividad económica con mayor cobertura social y fortalecer nuestros maltrechos sistemas públicos de atención sanitaria y social, con modelos distintos de atención a las personas mayores y mayores posibilidades de atención psicosocial.

c)      Pero sin perder de vista que todo eso deberíamos ser capaces de enmarcarlo en la construcción progresiva de un mejor sistema social, reductor de la desigualdad, respetuoso del medio, dotado de buenos sistemas públicos y basado en la solidaridad social y no en el automatismo del mercado. Aunque esas perspectivas de cambio social, que siempre emergen en las crisis, no tengan ninguna garantía de que vayan a hacerse efectivas, como muestra, en lo más cercano, la experiencia de la reciente crisis económica.
Muchos temas que van a exigir inventariar, recoger y analizar información y reflexionar individual y colectivamente para poder situarse razonablemente y establecer planes de actuación factibles. Por el momento vayamos haciendo lo primero como base para enfrentarnos a la complejidad de lo segundo, desde una perspectiva de preocupación razonable pero también de enfrentamiento activo.
Y para todo ello, integrando posiciones ideológicas y políticas diversas, debemos fomentar el análisis racional, el debate respetuoso e integrador y la iniciativa individual y colectiva. Aprovechemos este pequeño espacio para abordar ordenadamente algunas de esas tareas.

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