LA SALUD MENTAL TRAS EL COVID-19: Prevenir,
Cuidar, Curar.
Ander Retolaza
Médico Psiquiatra
Jefe de Centro de Salud Mental (CSM) de
Basauri-Galdakao; Red de Salud Mental de Bizkaia. Osakidetza)
Grupo de Investigaciónn SM en
Biocruces Bizkaia.
Instituto de Investigación
Sanitaria/Osasun Ikerketa Institutoa
En efecto, nadie estaba preparado
para este Tsunami.
- Antecedente 1: la pandemia de Gripe A (H1N1) (2009-2010) en la que la OMS fue acusada de alarmismo innecesario, dado que la mortalidad del virus resultó menor que la de la gripe común.
- Antecedente 2: el escándalo añadido del Tamiflu (Oseltamivir), ofrecido como panacea para el tratamiento de aquélla, y del que se aprovisionaran muchos gobiernos pagando altos precios, cuando finalmente solo sirvió para producir una pequeña reducción de la duración de los síntomas.
Las alertas de esta pandemia para
la SM podrían clasificarse en dos grandes grupos. Uno es el de aquellas
personas con afecciones mentales directamente derivadas del COVID-19, es decir,
los casos nuevos que están apareciendo y aparecerán con el virus como causa
principal (por ejemplo en sanitarios y otras profesiones expuestas, o en familiares
de personas muertas durante la pandemia o, simplemente, derivados de los efectos
de la larga cuarentena en personas vulnerables). El otro es el de las personas
que ya antes padecían un trastorno mental y que, a consecuencia del estrés vivido,
pueden padecer un agravamiento o complicación del mismo. Esto último tiene
especial relevancia (como ya estamos empezando a ver) en el caso de los
pacientes psiquiátricos más graves (1).
Una muestra de las muchas
publicaciones aparecidas en las últimas semanas respecto a estas cuestiones, nos
proporciona una evidencia clara. Una encuesta realizada por expertos de la
Universidad de Pekín (2), ha encontrado que un tercio de los profesionales que
trabajaban en primera línea con el COVID sufrió algún tipo de problema
psicológico. Otro estudio, éste de la Sociedad China de Psicología (2), ha
encontrado que un 42,6% de 18.000 ciudadanos chinos analizados dieron síntomas
de ansiedad relacionados con el coronavirus y un 16,6%, de 14.000 examinados,
mostraron indicios de depresión en distintos niveles de gravedad. Otro
interesante estudio, publicado en el BMJ el pasado Marzo (3), alerta sobre los
riesgos psicológicos de la Injuria Moral. Este término, de origen militar, hace
referencia al distrés psicológico derivado de acciones (u omisión de las
mismas) que violan el código ético de quien se ve obligado a ejecutarlas, o
bien por orden superior, o bien por exigencia de circunstancias extremas. Se
producen en las personas afectadas pensamientos denigrantes respecto a uno
mismo y/o hacia terceros, así como sentimientos de culpa y de vergüenza que
pueden acabar en depresión clínica, ideación suicida o trastorno por estrés postraumático
(TEP).
Sea como sea, lo que a buen
seguro nos vamos a encontrar en las próximas semanas y meses es un aumento
claro de la demanda asistencial en SM, con efectos tanto cuantitativos como
cualitativos sobre la misma. Siguiendo con el TEP, una revisión de 24 estudios
sobre la psicología de las cuarentenas, realizada por el King´s College y
publicada en The Lancet (4), encuentra que incluso 3 años después se reportan
episodios de este trastorno.
Frente a esto no hay noticia que
nuestras redes de SM se estén preparando lo suficiente para el muy probable
impacto de la pandemia en uno de los países más golpeados por la misma como es
España. En todo caso están apareciendo iniciativas interesantes, pero voluntaristas,
de colectivos profesionales, poco coordinadas y de dudosa duración en el tiempo
una vez que se supere la fase aguda de la crisis. Como es sabido, nuestras
ratios de profesionales, especialmente en el caso de la psicología y la
enfermería (por no hablar de otras profesiones de la red socio-sanitaria)
siguen siendo excesivamente bajas. Y en nuestra estructura asistencial persisten
deficiencias y problemas, especialmente (aunque no solo), en el lado no
hospitalario de la atención, que en teoría es el más cercano a la comunidad.
La pandemia nos está mostrando
algo que ya sabíamos. Necesitamos reestructurar nuestros servicios de SM para
mejorar nuestros programas y prestaciones asistenciales. La creciente presión
(que también expresa una necesidad durante la fase aguda de la epidemia) para
desplegar sistemas basados en la Telepsiquiatría, el uso de Internet y otras
tecnologías en la clínica, que ya hemos empezado a poner en marcha estos días,
en breve puede resultar abrumadora (5). Por otro lado, y a efectos de reordenar
el trabajo en la asistencia pública (que es la única al alcance de la mayoría
de los ciudadanos), resulta imperioso tratar a cada paciente con una intensidad
(clínica y de gasto) proporcional a la gravedad de su trastorno. Y un mayoritario
grupo de los que atendemos fuera de los hospitales son casos leves o moderados,
pero también cronificados en sus carencias y demandas sociales no satisfechas.
Para ellos es más importante el trabajo social que el psiquiátrico, pero no
vamos a conseguir sacarlos de los centros de salud mental solo por eso. Tampoco
debemos hacerlo. Son pacientes que tenemos al menos que identificar y tener en
antena para trabajar mejor con Atención Primaria, con Servicios Sociales y con
otros en la comunidad a fin de mejorar sus bajos niveles de salud (incluida la
mental), de protección social y de calidad de vida.
Vivimos en un país que ya fue
golpeado duramente por la Gran Recesión de 2008, cuyas consecuencias aún están
pagando muchos de nuestros conciudadanos. A resultas de ello los servicios asistenciales
(incluidos los de SM) vienen sufriendo importantes carencias en estos años de
deuda pública acumulada. Frente a un Estado deficitario en cuanto a la
protección que nos ofrece, nos encontramos con una población cuya estructura
familiar y social, y cuyos hábitos de contacto comunitario, constituyen un potente
factor de apoyo ante la adversidad. Este aspecto, que nos diferencia de otros
países de nuestro entorno más ricos y desarrollados, constituye un valor de
primer orden que no sabemos si se mantendrá en un próximo futuro. Algunos
consideran probable que estos hábitos de cercanía (por contraste a la distancia
social que se nos impone durante la cuarentena) hayan sido una de las causas de
la fácil propagación y letalidad del virus en nuestro país.
En mi opinión los cambios, que de
cualquier forma nos esperan, deben estar guiados por los principios básicos de
la psiquiatría comunitaria (que siempre es más extrahospitalaria que lo
contrario) y que hay que poner al día. De una manera ideal ello exige
participación y control (junto a gestores y profesionales) por parte la ciudadanía
y de sus representantes (partidos políticos, sindicatos, asociaciones civiles,
de usuarios…) en lo referente al despliegue, estructuración y resultados
finales de nuestros servicios. Por lejos que estemos de este objetivo, lo
correcto sería moverse en esa dirección o, al menos, utilizarla como brújula
para no perdernos en el camino. También hay que pensar en la perentoria
necesidad de profesionales no psiquiatras en nuestras redes asistenciales
(psicólogos, personal de enfermería, trabajadores sociales, etc…), sin olvidar
el mencionado uso de nuevas tecnologías, que no son una panacea, pero que
pueden resultar bastante útiles en la tarea de reordenar y modernizar nuestra
atención a la SM (6). Se trata de reestructurar las prestaciones y programas
desde una perspectiva más preventiva, más rehabilitadora y orientada desde principios
de salud pública. En lo inmediato se va a abrir una ventana de oportunidad a
favor de la Sanidad Pública que es probable que no dure mucho. Debiéramos
aprovecharla para mejorar nuestro sistema de salud que (a pesar de las
necesidades urgentes para abordar procesos agudos en la que nos ha colocado la
epidemia) debe virar hacia una mejor atención a los pacientes crónicos, que son
la mayoría. Esto incluye a ancianos y personas con trastorno mental, dos
colectivos bastante castigados por esta pandemia. En palabras de Rafael Bengoa
(7): “la integración de la sanidad y los servicios sociales o cuando menos una
estricta coordinación será un elemento clave en el modelo de bienestar futuro”.
Referencias:
1.-Pauline Anderson: COVID-19: Psychiatric Patients May Be Among the
Hardest Hit. Medscape. April 09, 2020.
2.-Macarena Vidal Liy. Wuhan
(China). 10 Abr. 2020. Para El País,
13-04-2020.
3.-Greenberg N, Docherty M et al.: Managing mental health challenges
faced by healthcare workers during covid-19 pandemic. BMJ 2020; 368
doi:https://doi.org/10.1136/bmj.m1211 (Published 26 March 2020).
4.- Brooks S; Webster R et al.:
The psychological impact of quarantine and how to reduce it: rapid review of
the evidence. The Lancet, Vol 395, Issue 10227, P912-920. March 14, 2020.
5.-Deborah Brauser: COVID-19: Dramatic Changes to Telepsychiatry Rules
and Regs. Medscape. March 26, 2020.
6.-Randy Dotinga : COVID-19: A Guide to Making Telepsychiatry Work. Medscape.
April 13, 2020.
7.-Rafael Bengoa: Una oportunidad
para mejorar el sistema de salud. El País, 22 de Abril 2020.
Interesante artículo, que pone de manifiesto la necesidad de reestructurar los servicios públicos de atención a la salud mental, enfocándolos más todavía hacia la comunidad, mediante los recursos naturales de apoyo de esta (redes sociales, asociaciones etc.) sin medicalizar o psicologizar sino fomentando y reforzando las fortalezas comunitarias. Muy esclarecedor.
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