Tras
el largo confinamiento ¿qué nos espera?
Iñaki Markez
Psiquiatra. Miembro de OME -AEN-
Se ha aludido mucho a la
ejemplaridad del personal sanitario, visualizando a los profesionales de las
UCIs, Servicios de Urgencias y Servicios de Infecciosos de los hospitales siendo el foco
mediático. Habría que insistir en la totalidad de quienes trabajan en los hospitales
y hay que visualizar otro gran colectivo invisibilizado, el de la Atención
Primaria, la primera línea, la puerta de entrada al sistema sanitario, y con
frecuencia la puerta de salida pues van a ningún otro centro. Ellos y ellas han
detectado más del 80% de los casos de coronavirus, y son quienes tras las altas
hospitalarias realizarán el adecuado seguimiento durante su proceso de atención
continuada. Sin embargo, las gerencias y responsables políticos han demostrado,
en no pocas ocasiones, su desconocimiento de la organización real, de cuál es
su verdadero rol, sanitario y social. Algo que habrá que tener en cuenta en el
próximo período pues se han ganado su capacidad de autogestión a pesar de ser
evidente la necesidad de incremento de personal, también en el conjunto del
sistema de salud, y precisar mayor reconocimiento y mejor organización.
La larga cuarentena
ha sido la respuesta más o menos uniforme de los países afectados por la
pandemia del coronavirus de quien tanto desconocemos salvo que puede provocar
diferentes complicaciones médicas. Es más, podemos adelantar que es complicado
saber qué impacto psicológico tendrá la COVID-19 en los próximos meses, incluso
años, aunque nos situemos con un estrés prolongado. Además, en este periodo de
aislamiento -el confinamiento- hay muchas respuestas emocionales, con
respuestas adaptativas frente a los factores de alarma propios de la
cuarentena. Los miedos a la infección, a la insuficiencia de medios de
protección, las informaciones contradictorias, el aburrimiento, la frustración
y el tiempo prolongado en este aislamiento, tan presentes o con el temor a que
alguien me contagie. Son emociones negativas pero útiles pues alertan del
riesgo y ayudan a evitarlas. Emociones y vivencias que han tenido todos esos colectivos
profesionales del campo de la salud y del área sociosanitaria; o entre quien
han estado pendientes de los alimentos en toda la cadena hasta nuestro consumo;
la limpieza urbana e institucional, junto a todos esos hombres y mujeres que
están en torno a las emergencias… son muchos los miles de personas quienes han
favorecido nuestro confinamiento, muchos con vivencias muy traumáticas. Como
también el buen hacer del conjunto de la ciudadanía, expresando solidaridades y
sosteniendo unas relaciones familiares y sociales en una situación no vivida
con anterioridad.
¿Qué nos va a ocurrir tras
el estado de alarma? ¿O tras el confinamiento? Es la pregunta que revolotea
entre generadores de opinión, o quizá alarma social, esos periodistas,
tertulianos, algunos desde la política… Mientras, nos van generando opiniones
sesgadas y de escaso rigor, tanto que en ocasiones cambian de una semana a
otra. Investigadores coinciden en que las fuentes de estrés vendrán de las
pérdidas económicas y del estigma por haber estado en contacto con el virus.
Habrá que añadir que también del propio confinamiento pues, una situación de
aislamiento social prolongado ocasiona no pocos síntomas: ansiedad, síntomas
depresivos, trastornos del sueño, duelos inadecuados que no pudieron iniciarse
adecuadamente tras las pérdidas, trastornos de estrés postraumático en muchos
profesionales que han estado de modo continuado ante vivencias de enorme
dureza, o diversos malestares psicológicos derivados de las consecuencias
laborales ante la crisis social y económica. Cuando finalice el estado de
alarma es posible que en el Estado español se hayan superado los 28 mil, o en
torno a los 30 mil, fallecimientos oficiales por Covid-19. Esto significará que
entre 100 y 150.000 personas podrían sufrir las consecuencias directas
relacionadas con no haber podido iniciar adecuadamente el proceso del duelo,
incluidos sus rituales y relaciones interpersonales, algo muy arraigado en
nuestro medio. A los duelos inadecuados ¿cuántos trastornos de estrés
postraumáticos sumaremos?, ¿cuántos cuadros desadaptativos?, ¿cuánta severidad
acompañará a muchos miles de personas?
Algunas gentes
desarrollarán cuadros clínicos complejos con mucho sufrimiento. Habrá muchas
situaciones de inadaptación a cuestiones que no conocíamos y que desde las
ciencias de la salud mental hay una débil formación. Profesionales de la
psicología y la psiquiatría, y la sociedad en su conjunto, tendremos que
aprender de esta pandemia, sobre todo la necesidad de atender, colectivamente,
a sus gentes, a los grupos de riesgo como personas mayores, personas con
enfermedades crónicas o en situaciones de exclusión. Junto con los equipos de
Atención Primaria y colectivos sociales muy diversos para fortalecer la salud
comunitaria. A considerar que habrá que sortear una tentación, existente ya en
la actualidad, la de medicalizar y psiquiatrizar el malestar psicológico y
otros malestares comportamentales, algo que sabemos no es la solución a estos
problemas. Sería una inadecuada decisión ante esos malestares del confinamiento
que conduce a debilitar la capacidad de respuesta de quienes consultan, que
preferirán refugiarse en la condición de “enfermo” y no afrontar sus problemas.
No será una tarea fácil.
¿Quién se sorprendería si
su médico le prescribiera sedantes para combatir las dificultades para
conciliar el sueño o para sobrellevar las preocupaciones por el desempleo? Sería
quizá sorprendente, para no pocas personas, que el médico de familia se negase
a pautarle esas medicaciones, o que se negase a orientarle al equipo de salud
mental. Si caemos en el error de medicalizar los malestares sociales, las
consecuencias pueden ser aún más dañinas que las de la propia pandemia. Corremos
el riesgo de que el malestar se cronifique. Con frecuencia estará asociado a lo
existencial, a cuestiones funcionales propias de nuestra vida cotidiana, algo
no asociado a la enfermedad.
También tenemos que hacer
frente a algunos de nuestros pequeños monstruos: las nuevas situaciones, quizá
unidas a pérdidas de personas queridas, trabajo, vínculos sociales, opciones de
ocio, etc., que pueden favorecer la extensión del egoísmo, el racismo,
actitudes estigmatizantes hacia ciertas personas, envidias…, en suma, lo
contrario a comportamientos unitarios, solidarios y participativos. Hemos oído
comentarios como “yo necesito más ayuda que ese…” o eso de “esta sanidad es
para los de aquí”, así como las ayudas sociales que en otras situaciones no
serían cuestionadas.
No todo es negativo y se trata de aprender a
construir en las nuevas situaciones. Tras una situación de crisis como la que
estamos viviendo, junto a muchos otros países, tenemos que ser capaces de
lograr experiencias propias o ajenas que nos encaminen hacia cambios en la
manera de vernos, a nosotros mismos y a nuestro entorno. Donde no todo pasa por
una respuesta sanitaria, o social, aunque debemos evitar iniciativas que vayan
contra la salud o contra ciertos sectores de población. Es el momento de exigir
el fortalecimiento de los equipos sanitarios y sociales, especialmente la
Atención Primaria y ese amplio campo de lo sociosanitario. Debemos mejorar la
calidad de la atención a la salud, también en los centros sociosanitarios,
donde las residencias de mayores han sido lo más visualizado. Deberá ser uno de
los aprendizajes tras esta pandemia en la que precisamente por recortes previos
en lo sanitario y lo social hemos padecido la envergadura de semejante
tragedia. Sin olvidarnos de potenciar las iniciativas de los Servicios
sociales. Será imprescindible que las intervenciones psicológicas o médicas se
vean acompañadas de una red de salud pública y acompañadas del crecimiento de
los recursos sociales.
No obstante, recuperar
vínculos no será sencillo. Vínculos inter e intrageneracionales. No por
obligada responsabilidad con la infancia o por mala conciencia con mayores y
gentes con enfermedades crónicas. Ni romper el vínculo con el pasado -nuestras
personas mayores- ni con el futuro, las jóvenes generaciones, de quienes
decimos que “son el futuro” y al tiempo, deterioramos el medio ambiente en el
que han de vivir. En esta llamada nueva normalidad tenemos una deuda ética por
clarificar entre las diferentes generaciones, si deseamos aspirar a un presente
y futuro prometedores.
Nos toca valorar lo
posible, lo necesario y lo accesible con unos parámetros que se han alterado.
Esta pandemia nos ha orientado las miradas hacia nuestra fragilidad y hacia la
obligada necesidad de tener un sólido sistema de salud pública que salve la
vida a todos, a la inmensa mayoría, al margen de edades, credos, clases
sociales, orígenes, o situación cultural y económica. Hemos observado que
íbamos por caminos equivocados, basados en la corrupción, competitividad y
destrucción del planeta a costa de cualquier cosa.
No sé si deseo la vuelta a
la normalidad. Una normalidad con altas dosis de soledad, junto al
individualismo y consumismo generalizados, de grandes desigualdades, con miles
de inocentes que se juegan la vida en las fronteras o en el mar. Si ha de ser
similar, no la quiero. Puede que vayamos hacia esa llamada “nueva normalidad”,
que suena a término retórico y engañoso, actuando con otras formas de poder,
con un gran hermano que todo lo quiere ver y controlar. Puede que al salir de
esta situación nos planteemos escapar de otros muchos confinamientos previos
que teníamos asumidos: el tipo de familia, la sexualidad, tareas en el
domicilio, el brutal consumismo y contaminación que generamos, los modos de
relación social, las formas de trabajar, el tipo de transporte y traslados,
ciertos tipos de ocio o lo que llamamos vacaciones, etc., etc. Muchos cambios
son posibles, quizá necesarios y obligados, aunque también es posible que
amplios sectores no hayamos aprendido en esta oportunidad. Nuestra vida
cotidiana, la del hiperconsumo, cuyos hábitos se han visto trastocados por esta
pandemia y por las medidas frente a ella, nos ha de obligar a determinar muchas
renuncias. No estamos acostumbrados, por eso tenemos mucho camino por aprender.
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