CORONAVIRUS Y SALUD MENTAL EN ATENCIÓN PRIMARIA

CORONAVIRUS Y SALUD MENTAL EN ATENCIÓN PRIMARIA

José Carmona Calvo. Psiquiatra.

UGC Salud Mental Hospital SAS Jerez de la Frontera (Cádiz)

En estos días es frecuente encontrar noticias y opiniones acerca del quehacer de la Atención Primaria (en adelante AP) en el afrontamiento de la pandemia.

Como puerta de entrada de la atención integral a la salud de la población constituye en gran medida, el contacto inicial de los ciudadanos que pueden sentirse afectados por el virus. Hacen pues una labor de detección, de atención precoz, de derivación de aquellos que requieren un tratamiento hospitalario y de seguimiento de los que pueden ser atendidos en sus domicilios, tanto con sus servicios ordinarios desde los Centros de Salud como desde sus dispositivos de Urgencias.

Además, sus profesionales continúan dando respuesta a otros problemas de salud. Los agudos por enfermedades distintas a la COVID con necesidad de intervención inmediata y otros muchos, de naturaleza crónica, sobre los que mantienen la continuidad de cuidados, evitando así la desestabilización de su evolución. Entre éstos se incluyen las poblaciones vulnerables a la COVID-19, que afectadas pueden tener una evolución más tórpida, incluso mortal.

Pero aún hay más. Este nivel carga también con muchas de las tareas de salud pública a llevar acabo en estos días. Aunque una parte importante de la prevención se hace por la labor de información y educación sanitaria que se realiza desde las autoridades sanitarias y sociedades científicas, a través de los medios de comunicación y redes sociales, son los profesionales de la AP los que, sobre la población que les corresponden insisten de forma concreta y personalizada en esta tarea.

A pesar de todas estas funciones esenciales para prevenir, conservar y mejorar la salud de la población, en algunas zonas de España se han detraído recursos de este nivel ante la necesidad de incrementar la atención hospitalaria para el COVID, siendo obligados parte de sus profesionales a atender las ampliaciones de las camas hospitalarias en las zonas dónde la pandemia ha superado los recursos hospitalarios disponibles. Esta situación ha sido en gran medida contestada por los y las profesionales de AP, por haber supuesto una importante disminución de recursos para mantener la cartera de servicios de este primer nivel.

A pesar de todo, es de destacar, en los casos en que ha sido posible, porque no los han trasladado a hospitales, la labor desplegada por los recursos de AP en las Residencias de Mayores y Discapacitados. Quede este aspecto como un importantísimo elemento de reflexión para cuando toque hacer evaluación de todo lo acontecido.

Igual que muchos otros profesionales de la salud, los de AP se han visto obligados a trabajar en condiciones laborales muy precarias y con mínimas, cuando no inexistentes, medidas de seguridad, lo que ha sumado a su ingente trabajo, el temor a la afectación personal por la exposición y sus consecuencias sobre sus contextos familiares, cuando no el contagio, la enfermedad e incluso la muerte. Todas estas circunstancias nos dan idea del nivel de estrés que soportan poniendo más que nunca de manifiesto lo adecuado de la insistente petición, de sus profesionales y de sus sociedades científicas sobre la necesidad de mejorar sus condiciones de trabajo y los estándares cuantitativos de profesionales para la población a atender y la cartera de servicios que desarrollan y que deberán desarrollar en el futuro inmediato.

Sobre esta visión general del trabajo que desarrolla la AP, quiero destacar una de las tareas de este nivel sanitario de vital importancia. Se sabe desde el punto de vista epidemiológico que el 25-30 % de las personas que acuden a este nivel, presentan alguna forma de malestar mental. En estos días en los que proliferan informaciones sobre las necesidades de atención sanitaria por la pandemia, también en lo que se refiere a las necesidades de atención a la salud mental, hemos tenido ocasión de escuchar que esas necesidades de atención se incrementarían hasta el 50 %.  O el 100/% Parece lógico ¿Quién no se ve cuestionado en su estabilidad por esta realidad? ¿Quién no necesita alguna forma de escucha, información, apoyo, esclarecimiento, que le conforte o le tranquilice? Y cuando no basta con quien se tenga al lado para esta labor, ¿quién mejor que los profesionales de AP? La respuesta a esta pregunta es obvia: han estado ahí. Han sido ellos. Lo van a seguir siendo.

En el ámbito en el que profesionalmente me desenvuelvo, la atención sanitaria pública de atención a los problemas de Salud Mental, considero que hemos alcanzado un alto desarrollo en la colaboración entre AP y los Servicios especializados de Salud Mental a lo largo de más de 20 años. Hasta la pandemia hemos mantenido el contacto presencial semanal con cada Centro de Salud, en muchos casos incluso compartiendo toda la jornada de trabajo con diferentes tareas, de consultoría e interconsultas, éstas en ocasiones conjuntas con los compañeros de Primaria. Desde hace unas semanas, por cuestiones de seguridad y de organización frente a esta pandemia, esta colaboración la hemos continuado por medios telemáticos. En todo este tiempo esa labor de atención y contención por motivos de salud mental la han estado realizando los profesionales de la AP. Salvo alguna intervención puntual de urgente necesidad de atención y evaluación, no hemos recibido prácticamente derivaciones. Sabemos que, lógicamente, en estas circunstancias y en la etapa en la que nos encontramos la demanda se retrae, primero por las propias personas que sufren, luego porque la prioridad en la atención sanitaria está volcada en otros aspectos de la salud, e indudablemente, por esa labor de contención emocional que perfectamente sabe hacer la AP.

Lo ocurrido en estas semanas no nos extraña, al menos en nuestro ámbito por lo que viene sucediendo desde hace ya muchos años. En el conjunto de nuestra Unidad de Gestión Clínica de Salud Mental tenemos una baja tasa de derivaciones desde AP mantenida en el tiempo, al menos en comparación con lo que sucede en el resto de nuestra Comunidad Autónoma, y los pacientes derivados vienen ajustados a la oferta de atención especializada en nuestras Unidades de Salud Mental Comunitarias. Evidentemente una primera conclusión de esta situación es que los profesionales de AP atienden a una gran cantidad de las personas que llegan a sus consultas con malestar mental. Evidentemente en este punto se nos abren aún muchas preguntas. Para responderlas adecuadamente, se debería comenzar por realizar un análisis riguroso de la realidad epidemiológica de las personas que presentan estas quejas, saber qué problemas de salud mental presentan y tener, por tanto, un conocimiento exacto de las características clínico-epidemiológicas de la población que se atiende en AP. Pero también sería bueno conocer cómo son atendidos, con qué herramientas y cuáles son sus resultados. Desgraciadamente el conocimiento de toda esta realidad, al margen de estudios epidemiológicos que pueden dar cuenta de la incidencia y prevalencia, es muy escaso. Sólo disponer de este conocimiento nos permitiría posteriormente organizar las soluciones con criterios de eficacia y eficiencia.

Es verdad que sabemos algunas cosas, aunque no siempre bien discriminadas de manera cuantitativa y cualitativamente. Parece que hay un incremento de la demanda por problemas de salud mental en AP en los últimos años, que existe un aumento de la prescripción y consumos de psicofármacos, especialmente de antidepresivos y tranquilizantes, que estamos en los primeros lugares por carga de enfermedad, y que aproximadamente una cuarta parte de los pacientes de AP presentan problemas de salud mental.

También sabemos otras. La AP no ha tenido los incrementos de personal necesarios, a pesar de la intención anunciada reiteradamente de mejorarla, para hacer frente a sus objetivos: ser el centro de la atención a la salud de la población como vigilante y protectora de la salud pública, llevar a cabo acciones sobre la prevención y promoción de la salud, la detección precoz y realizar una atención de calidad suficiente para asistir a las necesidades sanitarias de su población de referencia. En este sentido, se requiere más recursos, y así que los profesionales de AP, Médicos de Familia, Pediatras, Enfermeras y Trabajadores Sociales, dispongan de más tiempo.

Pero además de estas necesidades de recursos evidentes y cuya cobertura posiblemente incidiría en algunos de los “datos” sobre los que basamos esta reflexión, estaría el problema de la formación. Nadie duda de que nuestros Médicos de Familia, Pediatras, o nuestra Enfermería Comunitaria o los Trabajadores Sociales, tiene una formación de calidad en general, pero ¿la tiene en salud mental en particular? Si estudiamos su plan de formación y examinamos el tiempo dedicado a la formación y rotación por los servicios de Salud Mental, concluimos que es muy escasa, teniendo en cuenta todos los conocimientos que van a necesitar para atender correctamente a la demanda de salud mental en su actividad cotidiana. Los gestores responsables de la formación especializada de estos profesionales deben poner más atención en la realidad epidemiológica-clínica en la que van a actuar tras este período de adiestramiento. También los Servicios de Salud Mental tenemos que revisar la formación que les ofertamos. Se puede afirmar con toda rotundidad que, en todos los planes de formación de profesionales de los cuidados sanitarios y social debe incluirse la adquisición de competencias para llevar a cabo intervenciones sobre aspectos mentales, individuales y/o relacionales. Creo que es algo sobre lo que se debe reflexionar detenidamente.

Volviendo al ámbito exclusivo de la AP, cuando se aprecian déficits en la atención a la salud mental de la población en este nivel, casi de manera inmediata se propone la inclusión urgente de profesionales especializados en el campo de lo mental en la AP. Son propuestas que proceden de diferentes lugares. En primer lugar, desde la población en general, aunque su requerimiento no insiste tanto que sea en el nivel de la AP. En segundo lugar, desde el ámbito profesional, posiblemente más desde los profesionales de salud mental y menos desde los profesionales de AP. Es un tema controvertido, pero sobre el que es necesario llevar a cabo un debate. Sobre todo, porque de sus conclusiones debería derivarse la decisión sobre qué recursos son necesarios y en qué lugar colocarlos. Intentaré argumentar la no necesidad de “especialistas” de salud mental en la AP.

Cuando la demanda de atención “especializada” procede de los usuarios vale un argumento general en relación con el requerimiento de una atención “especializada” para lo que sea y de forma inmediata. Podríamos citar numerosa bibliografía sobre esta cuestión, pero creo que basta traer aquí la opinión de Rafael Bengoa, quien afirmaba: “Nuestra sociedad está híperexcitada con la tecnología y con los robots y con la Medicina espectacular y se tiende a invertir más en los hospitales. La Atención Primaria no tiene ese nivel de espectacularidad y, como no lo tiene, da la sensación de que la gente lo que quiere es un especialista de órgano concreto para que le atiendan. Ahí nos equivocamos como usuarios, porque la persona que más valor va a aportar durante todo el recorrido vital de esa persona es la gente de Atención Primaria”[1].

Con menor intensidad, al menos desde mi percepción, esta propuesta proviene desde los profesionales de AP. Interpreto que su demanda a la inclusión de una atención específica a la salud mental en AP por profesionales de salud mental se debe en gran medida a sus condiciones de trabajo. Léase, por ejemplo, su demanda de disponer de más tiempo por paciente, el poder organizar sus agendas, diferenciar las necesidades de atención, autonomía para la organización de los equipos asistenciales, o la necesidad de más trabajo multi e interdisciplinario por los profesionales de AP en cada Centro de Salud. Desde mi punto de vista, y desde mi mirada por el tiempo de colaboración con este nivel, aprecio demasiado compartimento estanco en las tareas entre los profesionales de AP, escaso trabajo interdisciplinar, creo que la atención a la salud mental en este nivel sanitario requiere una mirada más transversal y la organización de propuestas más interdisciplinarias. Por otra parte, estaría el argumento basado en la falta de formación al que ya me he referido anteriormente, y cuya solución se hallaría en la línea de lo comentado. No obstante, hay ejemplos de esfuerzos en la AP para responder a las necesidades de atención a la salud mental por los profesionales de este nivel con herramientas propias para aquellas situaciones que no requieren un tratamiento especializado y al que, por supuesto, no intentan suplir. Cito, por cercano, persistente y consistente científicamente el caso de Juan Ángel Bellón Saameño y colaboradores[2]. Me consta su defensa de la acción específica de los profesionales de AP en salud mental como parte de las prestaciones que debe incluir la cartera de servicios de este nivel de atención sanitaria. O la más reciente propuesta por la Asociación “Basta Ya Málaga” de Atención Primaria sobre la atención al COVID-19 y en la que se incluye la atención a la salud mental[3].

Queda, por último, la propuesta de incluir en la AP profesionales de salud mental que proviene de colectivos de este ámbito. Principalmente, esta propuesta proviene del ámbito de la Psicología General y de la Psicología Clínica, aunque también se comienza a plantear desde otro colectivo como es la Enfermería Especialista en Salud Mental. Una vez situado en este nivel el debate creo que hay que huir, en primer lugar, de un planteamiento corporativista-laboral acerca de la inclusión de estos profesionales en los equipos de AP. La razón es sencilla. Colocarse a favor o en contra puede parecer estar a favor o en contra de ellos. Y en lo que respecta a los Psicólogos, no digamos, si el debate lo ampliamos a si deben ser Psicólogos General Sanitario o Psicólogos Clínicos. El debate hay que situarlo en el nivel de las necesidades de atención detectadas en la AP y las intervenciones necesarias. A partir de ahí, y como consecuencia, cuáles serían las competencias requeridas y, en función de ellas, qué profesionales son necesarios y dónde.

De manera que, creo debemos empezar por aquí. ¿Qué modelo de SM queremos se incluya en el Sistema Sanitario y cuáles serían, entonces, las necesidades de formación? ¿Cuál es nuestro modelo de “lo mental”, primero, y cómo definir la cualidad de “salud” y, como consecuencia, “enfermedad”? No debemos olvidarnos de otra cuestión: “lo mental” está presente en cualquier problema de salud. Los servicios sanitarios deberán pues cuidar de lo mental más allá de la “patología mental”. Los profesionales de lo “psicológico”, creo, no tenemos, no debemos, ocuparnos de todo lo mental. Entre otras razones por motivos iatrogénicos. Por cierto, la patología con mayor carga de enfermedad es la osteoarticular; sobre el gasto de farmacia en analgésicos para qué hablar. Sin embargo, no se plantea que en los equipos de AP haya reumatólogos y traumatólogos. La conclusión a este planteamiento sería la siguiente: todos los profesionales de la salud deben ocuparse también de lo mental. Lo que es necesario debatir y precisar es, sobre todo, el quién atiende, a quién, cuándo, dónde y cómo.

Una vez resueltas estas cuestiones, debería quedar claro de qué tiene que ocuparse AP (y otras especialidades) y de qué el nivel de atención especializada en SM. Teniendo en cuenta además que el abanico de la manifestación del malestar mental va desde la reacción adaptativa a los problemas de la vida cotidiana hasta la psicosis. Si seguimos el ejemplo de otras patologías como la ostreoarticular, primer problema de salud en cuanto a la carga de enfermedad, o la cardiovascular, el segundo, no encontramos propuestas de poner en marcha en la AP programas de intervención “especializada” referidos a estos temas[4]. Una respuesta lógica por tanto debería ser que tampoco tiene que haber intervenciones “especializadas” de SM. Lo lógico sería fomentar la formación y la capacitación en intervenciones “no especializadas” de SM (acompañamiento, orientación, counseling, técnicas de relajación, …) y llevadas a cabo por los profesionales de AP (Médicos de Familia, Pediatras, Enfermería Generalista, Enfermería Comunitaria y Trabajadores Sociales). Evidentemente, para todo ello se requiere una AP bien dotada de estos profesionales.

Por otra parte, parece evidente la escasez de recursos humanos en el nivel especializado de SM. En nuestra Comunidad Autónoma, estamos por debajo de la media de nuestro entorno:

·         Psiquiatras, media: Andalucía 6.03 x 100.000 Hab.; 10.46 España; 18.23 UE;

·         Psicólogos Clínicos, media: Andalucía 3.2 x 100.000 Hab.; 4.3 España; 18 UE;

·         Enfermeras, media: enfermeras comunitarias en USMC: Andalucía 3.11 x 100.000 Hab.; 5.08 España; 8.11 UE;

Así podríamos seguir con otros profesionales incluidos en los Servicios de Salud Mental (Trabajadores Sociales, Terapeutas Ocupacionales, Monitores Ocupacionales). En este sentido, creo, que de tener que hacer un esfuerzo inversor en recursos de SM, sería preferible que se hiciera en el nivel especializado.

Por otra parte, un incremento de los recursos humanos en el nivel especializado de SM, además de mejorar la cantidad y calidad de las intervenciones especializadas, se podría aumentar la cooperación con la AP. En este sentido, creo que la respuesta dada en Andalucía sobre la presencia de profesionales de salud mental en AP está contemplada ya desde hace tiempo. La apertura de espacios de cooperación Atención Primaria – Atención Hospitalaria de Salud Mental incluidos en los Procesos Asistenciales Integrados de Ansiedad, Depresión y Somatizaciones, de Trastornos de la Conducta Alimentaria y Trastorno Mental Grave es la forma de garantizar esa presencia. Ya no sólo de Psicólogos Clínicos, sino de Psiquiatras (también demandados explícitamente por AP en estos espacios para el asesoramiento de los tratamientos farmacológicos) y de Enfermeras Especialistas en Salud Mental (en especial para garantizar la continuidad de cuidados en las personas con TMG). Muchos estamos convencidos que es una manera más eficaz, efectiva y eficiente de uso de los recursos y un modo de evitar deslizamientos iatrogénicos y no obstaculizar un desarrollo sano de la capacidad de resiliencia de los ciudadanos.

Para finalizar, en la propuesta que se hace de Profesionales de Salud Mental en AP no se especifica nunca el aspecto cuantitativo ¿Cuál sería la recomendación cuantitativa? ¿Por ejemplo, un Psicólogo Clínico por Centro de Salud? En Andalucía hay algo más de 1.500 Centros de Salud. No me imagino invirtiendo en esa cantidad de Psicólogo ante el clamor de necesidades de Médicos de Familia y Enfermería de AP. Y, por otra parte, si se proponen esos esfuerzos-refuerzos, ¿quedará para dotar al nivel especializado con sus necesidades evidentes por cubrir? Atendiendo a la situación de Andalucía, para ponernos en la media de recursos de salud mental de España se necesitarían, según los datos citados anteriormente, 365 Psiquiatras, 90 Psicólogos Clínicos y 164 Enfermeras Especialistas en Salud Mental, al margen de otros profesionales. Añadir, que siempre que se realiza una demanda de incremento de recursos debe ir acompañada obligatoriamente de una justificación y previsión de los resultados que se obtendrán con sus actividades. ¿Qué podremos avanzar en este aspecto?

Si hubiera de concluir en alguna cuestión, apostaría por dos: fortalezcamos la AP y fortalezcamos los servicios especializados de salud mental. Una AP fortalecida, cuantitativa y cualitativamente, puede dar una respuesta de calidad a las necesidades de atención a la salud mental de la población de su ámbito, cuando no se requieran intervenciones especializadas, y canalizando a unos servicios de salud mental también fortalecidos aquellas personas que sí lo requieren, a través de espacios de colaboración suficientes, como con cualquiera otra especialidad hospitalaria. Desde mi punto de vista y principalmente, el riesgo de incluir profesionales de salud mental en los equipos de AP para empezar está en seguir manteniendo y aumentando la dicotomía entre los corporal y lo mental (profesionales que se encargan de lo físico-biológico y profesionales que se encargan de lo mental-psicológico) ¿Realmente lleva a cabo AP así una atención centrada en la persona? ¿No es esto una nueva forma de estigmatización? ¿De qué trastornos se encargarían los profesionales de salud mental en esos equipos de AP? ¿Qué profesionales incluiríamos? ¿Psicólogos Clínicos, Psiquiatras, Enfermeras Especialistas en Salud Mental, todos? ¿Por qué motivos? ¿Cuál sería su cartera de servicios? ¿Cuál sería entonces la cartera de servicios de los dispositivos “especializados” de salud mental? ¿Qué contenidos tendría la coordinación entre AP y los servicios “especializados” de salud mental? ¿Cómo mantener la continuidad de cuidados de pacientes compartidos? Quedaría aún por aclarar el terreno de la promoción de la salud en general, y que debe incluir lo mental, pero desarrollando un trabajo cooperativo, en red, entre los niveles sanitarios y los no sanitarios, que incluya las asociaciones de usuarios como agentes activos a través de las escuelas de pacientes, o estrategias Al Lado, o las de Salud en todas las políticas. Que son necesarios más recursos, es evidente. Pero que tenemos que pensar y decidir cuáles, cuántos, en qué lugar y para qué, también. Entiendo que el debate está abierto, y que antes de tomar decisiones es importante dar respuesta a estos y probablemente más interrogantes, sin olvidar el marco en el debe contemplarse la AP según se contempla en el documento “Marco estratégico para la Atención Primaria y Comunitaria”: La APS es un pilar indispensable en la garantía de la equidad en salud, dado su papel vertebrador del SNS y su enfoque biopsicosocial, salutogénico y comunitario[5].



[2] Investigador Responsable en Salud Mental, Servicios y Atención Primaria (SAMSERAP) del IBIMA (Instituto de Investigación Biomédica de Málaga)

[4] Datos de la carga de enfermedad incluidos en el PISMA III 2016-2020 en “Descripción e la situación. Prevalencia de la enfermedad. IV Plan Andaluz de Salud.

[5] Marco estratégico para la Atención Primaria y Comunitaria. Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. Madrid, abril, 2019.


Comentarios

  1. El compañero Pepe Carmona introduce un debate actual y necesario: ¿Hay que incorporar a profesionales de la Salud Mental (SM) en el nivel de la Atención Primaria (AP)?
    También creo que da las claves para una solución adecuada del mismo. La AP necesita recursos para mantener su calidad asistencial. Pero estos recursos deben de ser los propios de su nivel de atención. Precisa médicos de familia y pediatras, personal de enfermería, trabajadores sociales, etc. Pero no psiquiatras o psicólogos. Este tipo de profesionales deben de reservarse para el nivel especializado. La amplitud de la demanda asistencial con características psicológicas que se presenta en AP no debe confundirnos hasta el punto de provocar una respuesta de carácter meramente asistencialista, que se vería desbordada por los acontecimientos.
    Obviamente la respuesta adecuada (también Pepe lo señala) debe de venir de un análisis riguroso de las necesidades que clarifique, además de su número, la naturaleza de las demandas asistenciales y el tipo de respuesta más acorde para las mismas. Por desgracia carecemos de suficientes estudios fiables al respecto, lo que no impide de forma absoluta que, desde la experiencia práctica de los servicios, conozcamos bastante sobre todo ello. Una vez establecido lo anterior resulta más fácil decidir qué habilidades técnicas y qué competencias profesionales son las necesarias para afrontar el problema de manera adecuada.
    Pero son necesarias algunas aclaraciones. La primera es que lo psicológico o mental no puede ser definido como aquello que no es somático, fisiológico o corporal desde la perspectiva de nuestros actuales conocimientos. Establecer, como muchas veces ocurre, esta dicotomía nos lleva a importantes confusiones. La mirada de la medicina y de la AP, en particular, se reconoce también en una visión transversal y holística de la persona, donde los aspectos psicológicos siempre están presentes y, por ello, no deben ser automáticamente etiquetados (y también estigmatizados) como asuntos de especialidad. Además está, y de qué modo, todo el componente social asociado a múltiples problemas y demandas que se hacen visibles en nuestros Centros de Salud (incluyo aquí también a los de SM).
    Por todo ello la respuesta no debe estar en la superespecialización, sino en una apertura de campo hacia el componente psico-social de la práctica en AP. Los profesionales de SM deben actuar como recursos de apoyo y orientación de los de AP. Deben proporcionar buenos y rápidos sistemas de interconsulta y formación continuada, in situ. Pueden atender algunos casos. Pero no deben de hacerse cargo de la demanda asistencial propia de la AP.
    La clínica nos muestra que apenas existen casos puros de SM en la asistencia de cada día. En la mayor parte de los pacientes aparecen imbricados problemas sociales, familiares y de salud que constituyen la realidad de la población que tenemos que atender. Una gran parte de los mismos ni siquiera tiene, si lo aplicamos con rigor, un diagnóstico psiquiátrico específico, sino que -como mucho y no es poco- se aprecian situaciones de riesgo derivadas de carencias de orden social, estrés más o menos crónico y un afrontamiento conflictivo de los problemas que complica las situaciones. Aquí hay una clave de prevención que hay que saber abordar.
    No debemos psiquiatrizar, ni siquiera medicalizar los múltiples problemas de orden psico-social que desbordan a la AP y a la SM comunitarias. Lo que necesitamos son avances en los determinantes sociales de salud que solo podrán derivarse de mejoras en la calidad de vida de amplias capas de población. También necesitamos unos servicios sociales más efectivos y una AP más centrada en la comunidad. Finalmente los recursos asistenciales (las consultas) deben ser complementados con otro tipo de alternativas más creativas y participativas, en las que los usuarios y la comunidad tengan también un papel activo, so pena de seguir permanentemente desbordados, encerrados en nuestros despachos solicitando recursos más cuantiosos y más especializados.

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    1. Psicología y atención primaria de salud (Ia)
      Marcelino López
      (Mi comentario es demasiado largo por lo que lo he dividido en cuatro partes. Espero que lo haya puesto de forma que puedan leerse en el orden debido)

      El artículo de Pepe plantea distintos temas de interés centrados en la importancia de la atención primaria en general y en la atención a personas con problemas de salud mental. Valoración válida para ahora con la dichosa pandemia y más en general como eje estratégico de la atención en salud mental.
      Yo coincido en general con lo que dice, pero hay un tema concreto que merece en mi opinión una reflexión más detenida y que se está plantando entre nosotros paralelamente al tema del coronavirus. Se trata del papel de los profesionales de la psicología en relación con esa estrategia. Está claro que no son los únicos profesionales cuya relación con la atención primaria debe contemplarse, pero si son, hoy por hoy, los que están generando mayor debate.
      El debate tiene básicamente tres puntos clave: qué tipo de profesionales de la psicología son necesarios, en que numero y donde deberían situarse. Y viene condicionado por distintas “líneas de presión” en relación con todos y cada uno de esos puntos.
      Es verdad que una parte importante de la “presión” viene determinada, como era de esperar, por el corporativismo, que incluye siempre su dosis de oportunismo. Pero, claro, no son los profesionales de la psicología los únicos que son corporativistas, lo cual por mucho que a veces nos tiente, debería llevarnos a dejar de lado argumentaciones centradas en ese aspecto, por aquello del bíblico “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Y no parece que, ni desde la medicina, ni desde la psicología o la enfermería, estemos en condiciones de ser los primeros o las primeras en tirarlas.
      (…)

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  2. Psicología y atención primaria de salud (Ib)
    Marcelino López
    Pero además y tratando de dejar de lado los corporativismos, las presiones pueden detectarse entre nosotros en al menos tres polos:
    a) El rechazo por parte del mundo universitario y parte del mundo colegial de la psicología a que la especialización en psicología clínica quede fuera de sus competencias y dependa del mundo sanitario, como todas las demás profesiones sanitarias. De ahí la presión por incluir psicólogos generales con alguna formación externa al sistema sanitario en el nivel no especializado.
    b) La reivindicación de nuestros profesionales de la psicología clínica, que defienden una ampliación de su número y de su papel en el sistema sanitario, apoyándose ahora en la experiencia inglesa de incluir psicólogos en atención primaria (1). La experiencia del IAPT (Improving Access to Psychological Therapies o, dicho en cristiano, “mejorar el acceso a terapias psicológicas”) es discutible por distintas razones, pero que deberíamos de ser capaces de identificar y delimitar más allá de estos comentarios generales. La información publicada es cuando menos ambigua: los planteamientos iniciales del programa inglés eran bastante curiosos en su origen (poco menos que aumentar sin coste alguno el nivel de felicidad de la población (2, 3)), pero más razonables en su especificación concreta (1): aumentar la cobertura de atención de trastornos mentales comunes mediante intervenciones no farmacológicas, mejorando la calidad de la atención, la satisfacción de los usuarios y usuarias y ahorrando dinero (directamente por oposición al gasto farmacéutico e indirectamente disminuyendo bajas laborales.). Más allá del optimismo de los impulsores del programa (4) y de algunas opiniones claramente discordantes (5), observadores más imparciales como Graham Thornicroft (6), avalan en términos generales la extensión de la atención psicológica que el programa está permitiendo, aunque están menos claros los resultados globales y a largo plazo (5, 7) (entre otras cosas por el número de participantes y de abandonos) y, como era de esperar, no parece que se esté ahorrado el dinero previsto (7, 8).
    c) Y la visión de quienes, situados en algún momento en puestos de responsabilidad del sistema, defendimos y defendemos el planteamiento inicial de la relación salud mental y atención primaria, pese a las insuficiencias de distinto tipo que nuestro sistema actual sigue presentando. Posición que es claramente la de Pepe y también, claro, la mía, pero con algún matiz importante, como comento a continuación.

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  3. Marcelino López Álvarez6 de julio de 2020, 11:19

    Psicología y atención primaria (II)
    Marcelino López
    En relación con el tipo de profesionales de la psicología necesarios, yo creo que debe tratarse únicamente de especialistas en psicología clínica, formados y formadas en el sistema sanitario con arreglo al programa PIR, lo que debería significar rescatar a buenos y buenas profesionales formados hasta ahora y “perdidos” hoy por hoy por la falta de plazas, así como aumentar significativamente las plazas de PIR equiparándolas a las de MIR de psiquiatría. Por supuesto que profesionales de la psicología pueden ser útiles en muchos espacios públicos y privados, pero si van a hacer intervenciones sanitarias requieren una formación especializada. Y aunque caben otras especializaciones sanitarias para profesionales de la psicología (neuropsicología, por ejemplo), en salud mental la que tenemos y debemos defender es la psicología clínica.
    En relación con el número, yo creo que, dentro de la carencia general de recursos que lógicamente señala Pepe es especialmente llamativa la de los y las profesionales de la psicología clínica, en general y en los equipos que interactúan con la atención primaria. Ese es uno de los “matices” de mi discrepancia con lo manifestado por Pepe: si comparamos con datos nacionales y decimos, como él dice, que “para ponernos en la media nacional” necesitamos “365 psiquiatras y 90 psicólogos clínicos” seguimos reproduciendo una hoy injustificada desproporción, que no existe en las cifras europeas, como también él refiere. Aquí (y la situación de origen era similar en el conjunto del Estado sin que, por los datos que ofrece, haya mejorado mucho en estos años), cuando en 1985 desde el IASAM hicimos la primera planificación de la cobertura de profesionales, planteamos una desproporción relativa (1/2) entre psicólogos y psiquiatras que parecía razonable para superar progresivamente la por entonces abismal desproporción existente en nuestros servicios públicos (40 psicólogos y 250 psiquiatras, es decir 1/6) y la carencia en aquel momento de mecanismos de formación especializada en psicología clínica. Pero esa desproporción no debería seguir manteniéndose 35 años más tarde: la mayoría de las intervenciones necesarias en personas con TMG y TMC son de tipo psicosocial y no parece que los profesionales de la psiquiatría y de la enfermería estén en cuanto tales mejor cualificados para hacerlas que los de la psicología, hay ya una buena formación especializada y no hay por tanto ninguna razón no corporativa para preferir unos sobre otros. Es llamativo además que, en el caso de la relación con los médicos de atención primaria, se haga hincapié en la utilidad de los psiquiatras por el uso de la farmacología, cuando eso es lo que debería resultarles más fácil de aprender y lo que menos deberían utilizar.
    (…)

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  4. Marcelino López Álvarez6 de julio de 2020, 11:20

    Psicología y atención primaria (III).
    Marcelino López
    Y en cuanto a la ubicación del importante incremento de profesionales que sería necesario, mi opinión es que, aun tomando como referencia el programa inglés (es útil no debatir solo sobre ideas sino también sobre realidades prácticas), no es cierto que la única manera de conseguir la extensión del número y la calidad de la atención a TMC mediante terapias psicológicas implique situar a los profesionales de la psicología en los equipos básicos generalistas. Los mismos resultados podrían obtenerse situándolos en la segunda línea de la atención especializada y mejorando las vías de cooperación entre los equipos multiprofesionales de ambos niveles, como ya se hace en algunas UGCSM como por ejemplo aquella en la que trabaja Pepe. Se cumplirían así dos objetivos que siempre tuvimos al defender la estrategia de articulación salud mental y atención primaria: reforzar el papel de un equipo de profesionales generalistas (es decir no especializados) como núcleo del sistema de atención a todos los problemas de salud y por tanto también a los problemas de salud mental y aumentar progresivamente su sensibilidad y su capacidad de intervención en los aspectos psicosociales, no solo de personas con problemas de salud mental sino del conjunto de la población a la que atienden.
    Referencias
    (1) Clark DM, Layard R, Smithies R, Richards DA, Suckling R, Wright B. Improving access to psychological therapy: initial evaluation of two UK demonstration sites. Behavior and Research Therapy 2009, 47: 910-920
    (2) Layard R, Bell S, Clark DM, Knapp M, Meacher M, Priebe S. The depression report: a new deal for depression and anxiety disorders. London School of Economics, 2006.
    (3) Layard R, Clark DM. Why more psychological therapy would cost nothing. Frontiers in Psychology, 2015, 6: 1713.
    (4) Clark DM, Canvin L, Green J, Layard R, Pilling S, Janecka S. Transparency about the outcomes of mental health services (IAPT approach): an analysis of public data. Lancet 2018; 391: 679–686.
    (5) Marzillier J, Hal J. The challenge of the Layard initiative. The Psychologist, 2009, 22: 396-399.
    (6) Thornicroft G. Improving access to psychological therapies in England: Lancet, 2018, 391: 636-637
    (7) Harkness EF, Bower PJ. On-site mental health workers delivering psychological therapy and psychosocial interventions to patients in primary care: effects on the professional practice of primary care providers. Cochrane Database of Systematic Reviews 2009.
    (8) McCrone P. IAPT is probably not cost-effective. British Journal of Psychiatry, 2013, 202: 383.

    Nota: Como soy así de “pesado” mi comentario no cabe en el espacio reservado y he tenido que dividirlo en tres. Espero que los haya puesto en el orden debido, aunque me fío poco de mis “habilidades tecnológicas”

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  5. José Carmona Calvo10 de julio de 2020, 8:37

    Comentario parte I
    En primer lugar, gracias por los comentarios que habéis realizado Ander y Marcelino. Ambos sois para mí referentes del quehacer en Salud Mental y desde hace tiempo. Con Ander he participado en una ponencia y en algunas mesas precisamente sobre este tema. Con Marcelino he perdido ya la cuenta de la participación conjunta en Jornadas y Congresos y no digo nada sobre las horas de debate, siempre rico y productivo, y también discrepantes, sobre muchos temas. Así que es un placer seguir conversando con vosotros. Como expresaba en mi planteamiento la intención era abrir un debate sobre este tema que creo necesario. Pero además de abrir el debate tomo partido sobre cuál debería ser, desde mi punto de vista, el camino a recorrer para dar una respuesta, y que resumo en: más primaria, más medicina, incluida más psicopatología, ambas centrada en la persona y sus relaciones, y menos separación entre “niveles” sanitarios y que nos lleve a un trabajo cooperativo y de red. Utilizaré esta respuesta para comentar, y continuar con la reflexión, sobre algunas cuestiones planteadas por Ander y Marcelino.
    Lo primero, y como comenta Ander, insistir y animar a realizar estudios sobre indicadores clínico-epidemiológicos y de resultados sobre la salud mental en Atención Primaria. Conocer esta realidad nos ayudaría en las soluciones adecuadas a desarrollar. Siguiendo con los comentarios de Ander, totalmente de acuerdo con su afirmación sobre que “la mirada de la medicina y de la AP, en particular, se reconoce también en una visión transversal y holística de la persona, donde los aspectos psicológicos siempre están presentes y, por ello, no deben ser automáticamente etiquetados (y también estigmatizados) como asuntos de especialidad”. Me parece importante que todos los profesionales de la salud incorporemos cada vez más en nuestra práctica esta visión (aptitud), pero también la actitud. Importante aquí el que se tome nota sobre los contenidos que deben tener los programas de grado, especialidad y de formación continuada de estos profesionales. Y, evidentemente, como él afirma esta visión incluye tener en cuenta las variables sociales que inciden en la salud (física y mental). Personalmente, una de las cosas que he reaprendido en el contacto de ese trabajo cooperativo con los compañeros de AP es el “redescubrimiento” del cuerpo, cuerpo que no órgano, cuerpo que delimita y forma parte de la identidad, de sentirse persona. Cuando hemos incorporado a los cuidados la mejora del estado de salud corporal de nuestros pacientes más graves, las personas con trastorno mental grave, hemos comprobado como su autoestima subía y su psicopatología mejoraba a medida que lo hacían sus parámetros de salud corporal y su aspecto físico. Y este resultado ha tenido que ver con ese trabajo cooperativo con la AP.

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  6. José Carmona Calvo10 de julio de 2020, 8:37

    Comentario parte II
    Siguiendo a esta reflexión en torno a esa visión holística, y compartiéndola ahora con algunos comentarios de Marcelino, estoy totalmente de acuerdo con que el número y ratio de Psicólogos Clínico en el sistema sanitario es escaso, muy escaso. Si puse las cifras que él comenta, no es porque me parezcan las mejores e ideales. Independientemente del número que se estime, es hora ya de romper esa proporción de 2:1, como se estableció en nuestra Comunidad Autónoma en los inicios. Por poner una meta, defendería que deberíamos crecer hacia la paridad entre Psiquiatras y Psicólogos Clínicos, para posteriormente, poder decidir en función de cada puesto de trabajo el perfil de profesional idóneo. Esto nos lleva directamente a tener que incrementar el número de plazas de formación PIR. Hay que defender la Psicología Clínica como especialidad y llevada a cabo en las condiciones que ofrece el sistema de formación especializada de residencia. Pero sin separarnos de este aspecto de la reflexión sobre los profesionales necesarios, algo en torno a los psiquiatras. También necesitamos psiquiatras “centrados en la persona”. Una Salud Comunitaria, y por tanto una Salud Mental Comunitaria, no precisa de psiquiatras “de órgano”. Se necesitan psiquiatras con una alta formación psicoterapéutica.
    Por último, y no para acabar el debate, creo que ambos, y yo con vosotros, estamos de acuerdo en destacar y estimular esa gran tarea que tiene AP aún por desarrollar: la promoción de la salud. También aquí hay que tener esa visión integral e integrada de cuerpo y mente, y sigue siendo necesaria la colaboración entre los servicios de salud mental y AP. Hay mucho por hacer en ayudar a las personas con problemas de salud, cualquiera, a afrontar con capacidad de resiliencia la situación de enfermar, por ejemplo, o en el acompañamiento de las personas cuidadoras de personas con enfermedad crónica e invalidante, o qué decir de la población infantil y adolescente. Esta última referencia pone de manifiesto la necesidad de ampliar el campo del trabajo en red incluyendo a otros sectores con los que cooperar: educación, servicios sociales, movimiento asociativo, colaboradores voluntarios, etc., y donde la AP debe ser la piedra angular sobre la que pivotar. Pues en esto estoy cada jueves desplazándome a mi Centro de Salud toda la mañana. Compañeros, seguimos…

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