SOBRE TELEPSIQUIATRÍA PARTE I
SOBRE TELEPSIQUIATRÍA Parte I
Ander Retolaza. Psiquiatra
Parece muy probable que, tras la
pandemia Covid-19, las Tecnologías de la Información y Comunicación (TICs) ampliarán
sus aplicaciones también en el campo de la Salud Mental (SM).
En todo caso no se trata de una
novedad absoluta. Existen claros antecedentes de una implantación progresiva de
este tipo de productos en el ámbito psiquiátrico (1). Desde hace años, en
varios países europeos, están a disposición de usuarios y profesionales diversas
modalidades de psicoterapia, preferentemente cognitivo-conductual por Internet
(TCCi) (2). Ejemplos de ello son, entre otros, los programas Beating the Blues (beatingtheblues.co.uk) y Moodgym
(moodgym.com.au). En este apartado también hay que mencionar el proyecto
MasterMind (mastermind-project.eu/) cuyo objetivo explícito es el
despliegue generalizado de TCCi. Se trata de un importante proyecto financiado con
fondos de la Unión Europea, desarrollado durante el período 2014-2017 y en el
que han participado 10 países (incluídas varias Comunidades Autónomas españolas:
Aragón, Cataluña, Galicia y País Vasco). MasterMind incluye TCCi y un apartado
de vídeo-consulta. (3). En general, y en lo que se refiere al ámbito de países
ricos, el despliegue de tecnologías online
para la SM está más evolucionado en Estados Unidos y países del norte de
Europa. Grandes distancias y dificultades de contacto presencial derivadas de
la climatolología (Groenlandia, Alaska...) están en el inicio de su uso.
Así mismo se han desarrollado líneas
de terapia computarizada, mediante técnicas de realidad virtual, videojuegos o
uso de robots, para el tratamiento de diversos tipos de fobias, por
ejemplo. Desde una perspectiva algo diferente se viene proponiendo utilizar tecnologías
de Big Data e Inteligencia Artificial para el análisis y manejo de los
trastornos mentales. Un editorial de la revista Nature Medicine ha llamado
la atención sobre esto (4). En nuestro medio hay servicios que han puesto en
marcha grupos de terapia y apoyo online
a disposición de diversos tipos de pacientes. Por último, la disponibilidad
de historias clínicas electrónicas y otros medios similares ha posibilitado en
algunos de nuestros centros el despliegue de Interconsultas No Presenciales
accesibles a diversos especialistas, sobre todo médicos de familia.
Durante la fase aguda de la pandemia
muchos de nosotros nos hemos visto de la noche a la mañana obligados al trabajo
a distancia con nuestros pacientes. En la mayor parte de los casos llamar
Telepsiquiatría a lo que nos hemos visto obligados a realizar (al menos desde los servicios públicos) se
corresponde con la verdad sólo en un estricto sentido terminológico, ya que lo
que se ha hecho en casi todas partes son simples llamadas telefónicas y, como mucho, unas pocas vídeo-consultas.
Algunos programas de reunión a distancia, como Zoom, se han utilizado
mayormente, al menos en los entornos de los que dispongo de información,
exclusivamente para el contacto entre profesionales. La mayoría de nuestros
servicios aún no tienen a su disposición TICs ágiles y bien desarrolladas. Se
carece de infraestructuras tecnológicas y tampoco sabemos si estarán
implementadas en un futuro previsible.
Pero la cuestión más candente es la
deliberación sobre la utilidad y fundamento de este tipo de tecnologías para el
trabajo en SM. Hay quienes, entregándose a una supuesta inevitabilidad de
las cosas, ceden sin discusión a la presión ambiental y, desde una perspectiva
bastante optimista e ingenua, quizá con afán de estar siempre a la última,
predican todo tipo de virtudes y posibilidades para las TICs en SM, mientras
que otros, más precavidos o escrupulosos, las ven incompatibles con una
adecuada relación con los pacientes. Probablemente el camino que finalmente vayamos a transitar
en esta cuestión, como en tantas otras, discurra por un pasaje intermedio.
Así que de lo que se trata es de dirimir
las ventajas e inconvenientes que, con nuestra información y experiencia
actuales en SM, somos capaces de vislumbrar en este campo. Las preguntas
centraesl a plantearse serían:
¿Pueden ayudar las TICs, y cómo, a mejorar
y hacer más accesibles a nuestros pacientes los cuidados que necesitan?
¿Para qué tipo de pacientes y en
qué situaciones pueden servir?
Y, por el contrario,
¿Con quién y cuándo deberían ser excluídas?
(5)
Es decir,
que lo pertinente sería construir unos criterios, preferiblemente en forma
de protocolos, lo más precisos posible, de indicaciones y contraindicaciones
para su uso.
A fin de
alcanzar este objetivo resultan imprescindibles, al menos lo siguiente:
1.-, conocer
las características, no solo psicopatológicas, sino también socio-culturales de
los pacientes que tenemos que atender.
2.-, disponer
de una adecuada descripción de las tareas habituales que los diferentes
profesionales realizamos con ellos.
3.-
Respecto a las propias TICs a
desplegar (consulta telefónica, correo-e, vídeo-consulta individual o grupal,
videojuegos, etc) sería fundamental, atender a cuestiones éticas
relacionadas con su manejo, empezando por el consentimiento informado, la
seguridad y confidencialidad de quienes las utilicen, así como la prevención de
riesgos de fraude (6).
4.-Interesa
también conocer las preferencias de los pacientes, y no sólo las de los
profesionales, sobre este tipo de tecnologías. En relación con todo ello
resulta esencial combatir el riesgo de exclusión de los pacientes
tecnológicamente desconectados a los que siempre habrá que dar una respuesta
adecuada a sus necesidades y adaptada a sus recursos personales. Pensemos en
programas para población sin hogar, por ejemplo.
Intentaré hacer una descripción
general sobre tipologías de pacientes, programas y procedimientos al uso en
nuestros servicios, que nos proporcione una base de trabajo al objeto de
reflexionar en qué áreas o actividades podrían ser útiles algunas TICs. Para
empezar se hace necesario señalar que la mayor parte de nuestros Centros de Salud
Mental (CSMs) son en la actualidad
simples consultorios, es decir servicios en los que, de forma predominante, se
administran consultas de evaluación, diagnóstico y seguimiento a la mayor parte
de los pacientes. Este trabajo lo realizan psiquiatras y personal de
enfermería, pero también psicólogos y trabajadoras sociales. En cuanto al tipo
de pacientes que son mayoría en los CSMs podríamos denominarlos como crónicos
no psicóticos (trastornos leves y moderados del humor, síntomas misceláneos de
ansiedad, síntomas somáticos sin explicación médica, etc...). Y todo ello casi
siempre asociado a estrés, muchas veces crónico, relacionado con dificultades
laborales, económicas, familiares y estados deficitarios de salud general. Baja
calidad de vida, en suma, que pocas veces debiéramos etiquetar como trastorno
mental propiamente dicho. Dentro de estos colectivos tenemos una gran parte de
demanda femenina derivada de los múltiples y conocidos problemas de género,
entre los que el maltrato sólo es la punta del iceberg. Y, cada vez más,
ancianos con dificultades cognitivas y de movilidad, que viven solos o con
apoyos sociales muy débiles. En el extremo de edad opuesto están los niños y
adolescentes que presentan una variedad de problemas tan amplia como la de los
adultos, pero con unas características y complejidad peculiares.
Por supuesto que también están
los psicóticos de toda la vida (agudos y crónicos), los trastornos graves del
humor, los drogodependientes y (en aumento) los trastornos graves de personalidad.
A no olvidar la creciente importancia de programas transversales, como por
ejemplo, el de prevención de riesgo suicida. Y qué decir del constante
incremento de trabajo burocrático que recae sobre los equipos, del que el mejor
ejemplo son el número de informes que, por motivos sin cuento, es necesario
cumplimentar.
Para unos pocos de estos
pacientes disponemos de tratamientos, más o menos, psicoterapéuticos (no es
momento de entrar a valorar la calidad de muchos de éstos) a los que, en las
actuales circunstancias (insuficiencia de profesionales bien formados, presión
asistencial), no es posible dedicar mucho tiempo. Para el “grupo tradicional” disponemos de
Unidades de Agudos, y de Media Estancia (aún no se han cerrado, o transformado,
muchos hospitales psiquiátricos en España), Hospitales y Centros de Día, además
de algunos programas especializados, como los de Psicosis incipientes,
Programas de atención domiciliaria, de apoyo y tutela residencial, laboral o de
tiempo libre.
Nuestras prácticas más cotidianas
están basadas en la contención y la administración de fármacos. A veces, en los
mejores casos, un poco de psicoterapia y cierto apoyo a algunas familias. Para
llevar a cabo todo esto necesitamos reunirnos de vez en cuando con nuestros
compañeros de servicio, de red asistencial y, si se puede, con Atención
Primaria (AP) u otros especialistas. La mayor parte de estas actividades se
desarrollan en los propios CSMs y en horario de mañana.
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